Me encanta el agua. Pero no el agua de las piscinas, ni el agua del mar. No el agua de la bañera en la que te pasas horas a la luz de tres bombillas medio fundidas. No, el agua que se bebe. Me encanta beber agua. Agua y agua y más agua. Sentir como mis órganos podrían ganar el oro de natación sincronizada si quisieran.
Por eso, si alguna vez me veis llorar podré justificarlo como una expulsión de agua innecesaria. Agua que sobra, pero que está ahí, que te bebes día a día. Agua intoxicada que te pudre por dentro, que te vuelve blanda. Agua que hace daño y a la que te acabas enganchando. Porque ciertamente todo lo malo engancha.
Y yo estoy enganchada a ese tipo de agua que no se bebe en copas ni se vende en tiendas. Ese que se esconde tras una amable etiqueta de "Agua potable". Te incita a beberla, y aunque no tienes sed acabas necesitándola. Una botella en un bingo de botellas, salir del mar y tener sed.
No se si existe mayor contradicción que intentar dejar lo que te da la vida, pero siempre tuve miedo a morir ahogada.
Me ha encantado tu entrada! =D es original, es diferente y es especial....
ResponderEliminarseguire pasandome y comentandote
1besazo