You're falling, you're screaming, you're stuck in the same old nightmare.
He's lying, you're crying. There's nothing left to salvage.



jueves, 10 de marzo de 2011

Why didn't she tell me?

Pertenezco a una de las típicas familias tarta. Esas en las que ya sea navidad o cumpleaños, ¿Qué hay de postre? Tarta. Catorce platos, trece cucharillas y la esperanza de que no sea la de siempre. Tarta de chocolate, con tres capas de chocolate, adornitos de chocolate y por si a alguien pudiera quedarle la mínima duda "Felicidades"; en chocolate también. Y tú rezas, por favor que no sea de trufa. Trufa. Una enorme y uniforme capa de trufa que acaba de hundir tus pobres espectativas.
No es que a mí no me guste el chocolate, que me encanta, es solo que el chocolate-tarta tiene trampa. Como cuando vas al McDonals, nunca sabes lo que te puedes encontrar hasta el día en el que una mano sale de la caja de Happy Meal y te arrastra con ella,o como las visitas esporádicas a la peluqueria "Sólo las puntas" que eso dicen todos los tíos y flipas con la de ejércitos de niños asesinos que podríamos montar con "Sólo las puntas". Porque tú vas con miedo, vas coaccionado. "Al que le toque la sorpresa paga el roscón" Y joder, a ver quien se arriesga a elegir trozo. Por eso, yo soy la oveja negra de mi familia tarta. Esa que sonrie, coge un plato, pero...no,esque no tengo hambre. La que cuando los ojos curiosos se pierden en las camisas de cuadros, que siempre, sea para lo que sea, y sean cuantas sean pues solo hay que cambiar el color y poner cara de "Oh, mira que original soy, tres regalos del Corte Inglés, ¡Pero no son iguales!", se acerca al plato de su padre y en un intercambio de contrabando se queda con las bolitas de anis, que en definitiva y si lo miramos objetivamente, es lo más sustancioso de una tarta.
Así que por favor, seamos originales ¿Qué es esta discriminación contra las tartas de queso?

domingo, 6 de marzo de 2011

Hoy desperté, te busqué, me hizo falta estar contigo

Bien, supongo que tenían razón. Que he de darles la razón y decirles que no he podido con esto. Que seiscientos kilómetros son muchos más de los que pueda salvar con conversaciones por el chat, y que otra vez, igual que hace dos años, vuelven a ganar las imposibilidades.
Puede que esto fuera una batalla perdida desde el momento en el que me fui de allí y una forma de decir que me gusta complicarme la vida, que me gusta estar a tu lado aunque los dos sepamos que esto no va a ningun sitio. Que esa tarde habría cogido tu oxígeno, lo habría metido a un tarro, ese tarro a otro más grande, yo a otro tarro, el tarro pequeño metido en otro dentro del mio y todo ello a un cuarto hipermega tarro. Después, una burbuja aislante, a base de tarros.
Se que todo esto era predecible, que sabía que iba a pasar e incluso puedo admitir que el último mes fue un aviso con luces de neón, cartelitos brillantes y bengalas, un intento de acostumbrarme a estar sin  tí. Pero no quería. No quiero un mundo en el que las cosas las jode la distancia. No quiero darme cuenta de que tengo un amigo, porque aunque nunca hayamos sido más que eso, no quiero. No quiero, ¿vale? No quiero volver a pasarme día sí y día también llorando, porque no estoy preparada. Porque me sale la cobardía por cada poro, porque tengo miedo. Una vez más es él quien gana y no yo. Me parece que eso de que las Saras siempre ganan empieza a agotarse, nada dura para siempre, supongo.

viernes, 4 de marzo de 2011

You hate the way your life turned out to be

Vaya, cuanto tiempo. ¿Cómo te va la vida?
La verdad es que no sé por donde empezar. Mis esfuerzos por no hundirme se mezclan con horas delante de un libro y un flexo negro. No me gusta trabajar bajo presión, me da igual que se rinda más, que las cosas salgan bien o que pueda reventar contadores poniéndome las pilas. Me da igual, porque todo tiene un límite. Sí, claro que puedo acostumbrarme a estar de exámenes. Son dos semanas, te dejas la piel, el alma y la vida social en estudiar, pero se acaban. Lo que no puedo hacer es pasarme esas dos semanas y otras tantas no declaradas evitando canciones, mensajes o incluso escuchar música en el móvil porque apareces con tu "Sarita, felicidades, diecisiete ya eh..." Sí, adoro esa grabación. Nadie, nunca, jamás, ni aquí ni en mis sueños me había podido hacer tan feliz con veintisiete segundos. Que sí, que soy tonta. Muy tonta. Tontísima. De esto de estar toda la vida matando tontas y que aun queden. Pues de esas. Pero no puedo dejarle. O dejar lo que tengamos. O la solución entre las soluciones, dejar de hablarle.
Y sí, se que la culpa la tengo yo, pero no de la situacion, de permitir que me afecte. De llorar lo que no está escrito, levantarme por la mañana, maquillaje y una sonrisa. De tortura continua con canciones de esas que dices joder guapo estabas inspirado el día que la hiciste, ya podrías haberte tocado un rato y no andar por ahí apuñalando gente. Pero soy así. No puedo acostumbrarme a que me quieras y luego dejes de hacerlo. Porque igual aparte de tonta soy masoca, pero las cosas se hacen como con las tiritas, o las quitas rápido o duelen más. Y esto está doliendo, hazme caso, incluso más de lo necesario.